Juan López
En una mañana clara, cuando las efemérides
que en Tixtla se acostumbran festejar, en el escenario de su plaza pública
principal, se reúnen personajes de la política, el gobierno y la administración:
el nacimiento de Vicente Guerrero, consumador con Agustín de Iturbide de la
Independencia, es un momento solemne para el discurso oficial. Algunos oradores
enaltecen los hechos históricos y colman de halagos al héroe suriano. Otros
ocupan su retórica en agradecer los favores del presupuesto y reverencian al Señor
Gobernador, sin importar su signo ideológico ni el partido que lo postuló,
menos sus antecedentes morales o inmorales.
En el año 2006, Zeferino el patológico,
instruyó a su Secretario de Finanzas para que, a nombre de su régimen, dijera
párrafos lindos y hermosas frases diletantes del triunfo electoral de Felipe
Calderón y, aprovechando la ocasión, también con voz de trueno descalificara
las protestas de los “resentidos, alocados, bastardos y lisiados mentales” que
desconocían el resultado de la democracia y le apostaban a la anarquía, la
bravata y la amenaza.
México es, dijo el representante de los
logreros que gobernaban en esos ayeres, una Nación legítima que no debe rendir
cuentas a vencidos y perdedores. El candidato derrotado debe acatar las resoluciones de los
tribunales y someterse al dictado de las leyes. Las mayorías han refrendado en
las urnas el poder al Partido Acción Nacional, nadie tiene el derecho a
impugnar una legítima elección en la que
hemos escogido a nuestro gobernante. Ese ser aludido era Andrés Manuel López
Obrador.
Jamás imaginaron estos vociferantes que
habrían de tragarse sus panegíricos sin substancia. Desde el poder, los
mediocres y los safios sufren el sucio vértigo del miedo. De aquellos idus
temen perder la batuta, la silla, el cargo, la remuneración y buscan como el
cachorro con hambre, una teta, a través de Sinenergía Social que les reintegre
una regiduría plurinominal. Desde entonces estas lacras empezaron a perder el
horizonte de sus ambiciones.
Ese ex Secretario de Finanzas hoy es un
oscuro funcionario municipal (Secretario de Planeación y Desarrollo Económico).
Quien en el laberinto de su orfandad, construido en su periplo como burócrata,
hoy trata de treparse a los andamios con que se construye el Movimiento de
Reconstrucción Nacional: MoReNa, creatura política de Andrés Manuel López
Obrador, aquel “Iluso perdedor” al que denostó con supremo ahínco en su
discurso en Tixtla, cuando Felipe Calderón lo había pisoteado en el IFE.
La amnesia es una enfermedad que afecta a
los desleales. Y creen los descarriados que a toda la ciudadanía se nos olvidan
sus fechorías. El Comité Directivo de Morena debe escuchar, buscar rastrear en
la hemeroteca las travesuras de Carlos Álvarez.
López Obrador ya dijo: Morena no es un
trampolín para acceder a una diputación ni a un contrato que favorezca el
enriquecimiento personal y el olvido del compromiso con los ciudadanos. Morena
es la plataforma política para transformar México. Si el proyecto nacional es
de esta naturaleza: patriota, honesto, lícito, probo, qué tienen que hacer en
él los sonámbulos como Carlitos Álvarez que van
tras la impunidad, el billete, los negocios caseros, las trampas y la
hipocresía con todos.
El Grupo de Zeferino es una rémora adherida
a la purulencia de la función pública. Desmerecidos últimamente por su propio
deterioro moral, no cejan en acomodarse en nuevas oportunidades que se les
presenten, como si fueran indispensables
y aportaran algo a la sociedad que los juzga de mentecatos.
PD:
“Lo tienes todo Carlos, sólo te falta Dios”: Rubén Darío.