Imagen: Alberto Montt (Dosis Diarias)
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Desde distintos ámbitos se
discute sobre el tema de la desigualdad, sobre si esta es natural, sobre si es
necesaria, si hay que combatirla. Este debate trae consigo el tipo de estado y
el tipo de desarrollo que vamos a querer. No es un debate pequeño y bastante se
escribe y se discute dentro de la academia. Sin embargo, hay cierto consenso en
que la desigualdad debe combatirse y que los países más desiguales social,
económica y políticamente hablando, tienden a generar conflictos sociales. Es
decir, el crecimiento económico no basta, sino también que las brechas entre
los que ganan más y los que ganan menos no crezcan. Para el campo de la salud,
por ejemplo, los epidemiólogos Richard Wilkinson y Kate Pickett señalan que las
sociedades menos desiguales resuelven mejor los problemas de salud que aquellas
con más desigualdad (ver aquí).
Es cierto, además, que
contextos donde hay mayor igualdad ante la ley (que se puede medir no solamente
con la sensación de que la ley funciona igual para todos, sino también con
medición de corrupción y transparencia pública) genera condiciones para la disminución
de la desigualdad. En un país corrupto difícilmente una persona pobre dejará de
ser pobre; los fondos que deben ser dedicados a combatir la pobreza extrema se
gastan en obras innecesarias o se hacen obras mal hechas. Así, hay gente que se
enriquece no por mérito propio o por su trabajo, sino porque se robó la plata
de otro. Eso ha ocurrido en países de cualquier bandera política en el siglo
XX, desde los países de la órbita socialista a aquellos que abrazaron las
políticas de mercados abiertos.
Ver la evolución de la
desigualdad económica en el tiempo sirve, a su vez, para ver en qué medida
aquellos que nacen pobres dejan de serlo; un país puede ser “más igual” entre
los pobres y ricos que otros, pero a la larga pueden ser países donde nada
cambia porque no hay las condiciones básicas para que el pobre pueda,
trabajando y en base a sus propios méritos, llegar a acumular capital.
Es decir, la igualdad ante
la ley puede incidir en la reducción de la desigualdad. No es el único factor,
pero hay una relación entre ambos factores. Ese fue, más o menos, el argumento
que levantó Alfredo Bullard en una reciente columna publicada en el Diario El
Comercio. A través de la comparación de Chile y Honduras llega a la conclusión
que es preferible la igualdad ante la ley (más fuerte en Chile, según él) que
la igualdad económica (más fuerte en Honduras, según él).
Los países van resolviendo sus problemas de desigualdad de muchas formas. Honduras, por ejemplo, es hoy en día un país más desigual que Chile o que Perú. Entre otras cosas, porque las reglas funcionan. Hay mayor confianza en las instituciones. Sin embargo, no todos sienten que la ley funciona igual para todos. Más gente cree en Honduras que la ley igual para todos que en Chile o que en el Perú. Es una tendencia que va cambiando con los años, y los últimos hechos políticos en Honduras seguramente va a cambiar dicha sensación.
La igualdad ante la ley,
como señalamos, se refleja mucho más en la corrupción. Si bien es cierto que en
Honduras más gente cree hay mucha o bastante igualdad ante la ley, Chile
aparece como un país menos corrupto para sus ciudadanos que Honduras o el Perú
para los suyos.
Aunque Bullard acierta en la
relación de ambas variables, falla al momento de argumentar, dando a entender
que alguien preferiría vivir en un país desigual económicamente pero con
igualdad ante la ley. Como hemos visto, ambas variables son indesligables
cuando se ven en el tiempo. Sí, alguien va a preferir vivir en un país ajeno
siempre y cuando sepa que existen las condiciones para que esa desigualdad se
reduzca con los años. Es decir, que existan condiciones para la movilidad
social, donde ser pobre no implique una marca hereditaria.
En ese sentido, aunque en el Perú se haya avanzado algo para la reducción de la
desigualdad económica en los últimos años, persiste la terrible idea que en el
país no todos somos iguales ante la ley o que la corrupción campea por todos
lados. Para plantearlo de otra forma, que el que tiene plata puede hacer lo que
le quiera porque la ley siempre va a estar de su lado.
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