El frenesí que levanta la presencia de
Enrique Peña Nieto en sus apariciones electorales, tiene dos explicaciones. La
primera es su experiencia como modelo de la pasarela política, su fama pública
que tan bien maneja en televisión y, el aparato inmanente, sin protocolos, del
buró de estado con el cual se mueve por todo el territorio nacional.
Peña
Nieto es noticia, material de ocho columnas. Merece que se le acuse, adule o se
le critique. Si habla, si calla, es sujeto de discusión. Lo que declare o haga
propicia el análisis y la calumnia. Da comezón todo lo que sustente.
El viernes estuvo en Guerrero. Mostró
aquí sus controles multitudinarios. Sabe que la muchedumbre lo aclama como a
una estrella del vodevil electoral. La gente costeña está con Peña. Y él se
ríe, sabiéndose dueño del escenario.
La otra razón por la que México lo
adora, es por los tristes y desdichados resultados del mal gobierno. Si el
pueblo de México estuviera agradecido con el régimen de Felipe Calderón, Peña
Nieto no sería más que un pequeño vociferante de los aspirantes que imploran el
voto. Pero…
El verdadero éxito proselitista de
Enrique Peña estriba, en los resultados tan desventurados de Calderón, quien
desaprovechó la oportunidad de servir a México y tuvo tan mala suerte en sus
diagnósticos que ahora, hasta Vicente Fox, está descalificando a su candidata
Josefina.
PD: “Cuando la perra es brava, hasta a
los de casa
muerde”. Refrán.
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