Juan López
El
Congreso de Chilpancingo ostenta, lo que ninguna otra legislatura del país
puede presumir: un glorioso e histórico antecedente:
aquí se instaló el Primer Congreso de Anáhuac, donde José María Morelos y
Pavón, leyera Los Sentimientos de la
Nación, ese magno documento que en 1813 se adelantó a la Primera Constitución
de Apatzingán.
Chilpancingo tiene otras efemérides. Fue también El Siervo de la Nación
quien asumiendo a esta ciudad como capital de la república federalista
naciente, promulgó la abolición de la esclavitud en todo el territorio libre de
la América hispánica.
Desde
entonces nuestras instituciones públicas son libres, laicas y soberanas: “Que
no distinga a un individuo de otro, sólo el vicio o la virtud… El hogar debe
ser un asilo inviolable”.
Cuando la
diputada Julieta Fernández de Añorve lleva a la sede de este Congreso a un
puñado de fanáticos que entonan endechas religiosas, para sustentar su
animadversión a la despenalización del aborto, debemos mantener la paciencia
suficiente para no execrar su ignorancia.
Su
insolencia no debe quedar impune porque agravia a nuestra historia.
La
separación Estado-Iglesia inicia cuando los fariseos le preguntan a Jesucristo:
“Es justo pagar tributo al César?” El Redentor les responde: “Dad al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En esa cita de Mateo en el
Evangelio, queda inscrita la separación de lo eterno con lo temporal. Es Benito
Juárez en México, en las Leyes de Reforma quien da rango jurídico a una de las más
sólidas doctrinas cristianas, pero fue el propio Jesús, por si lo ignora
Julieta Fernández, quien inició la consigna de que iglesia y gobierno deben
estar bifurcados en lo terrenal y en lo celestial.
De ahí que
no entendemos la necedad de la diputada que, en vez de debatir en la tribuna
parlamentaria, sus argumentos y sus razones lógicas e ideológicas, ciudadanas,
legales y morales, origina en vez de tales, una cruzada del peor
fundamentalismo calvinista.
Seguro que
Julieta también ignora que México, por torpezas como la suya, padeció en los
años treinta una cruenta guerra cristera, por soliviantar los odios sentimentales
de un sector con paranoia evangelista, fomentando la intolerancia y convocando al pleito y la revancha política y social.
Entonces, cientos de miles de mexicanos muertos nos costó esa fanática
confrontación fratricida.
Las apologistas
de dogmas, llevan a la plebe a la hoguera.
Por el
sólo hecho de haber convocado a sus feligreses a la sede del Congreso estatal,
la diputada Julieta Fernández debe hacerse objeto de una sanción política
ejemplar. No sólo violó el recinto histórico de Chilpancingo, también sustrajo
de sus templos a los creyentes, que es en el único sitio donde están facultados
por la ley para ejercer los ritos de su credo.
Si la
mayoría legislativa desea sentar un precedente de orden y respeto a nuestras
instituciones, debe prescindir, pero ya, de doña Julieta en esta legislatura y,
convocar a su suplente para que continúe los trabajos camarales del Distrito
correspondiente. Pasar por alto el agravio que Julieta infringió a nuestras
instituciones es, abrir la posibilidad para
que quien quiera, mancille el recinto y se vuelva una mogiganga el oficio -la
representación popular-, de uno de los tres poderes que conforman el Estado de Derecho
de Guerrero.
No se va a
disminuir ni a demeritar a ningún partido ni se le van a quitar cuadros al PRI,
quien acompaña como suplente en la fórmula de Julieta Fernández, va a
representar al partido tricolor que la defenestre, lo más pronto posible.
PD: “No
dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy”: Refrán.
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