Con la muerte del
General Mario Arturo Acosta Chaparro Scápite ocurrida hace días en la ciudad de
México, se cierra toda una leyenda de terror y de tortura, en la que también se le atribuyeron
poco mas de 600 asesinatos, entre ellos el montón de cadáveres encontrados en
el interior de un pozo artesiano en el antiguo fraccionamiento Copacabana del
puerto de Acapulco, y demás osamentas humanas encontradas en lo que hoy son las
instalaciones de la policía preventiva también en aquel puerto acapulqueño, donde el polémico
personaje fungió como jefe único de
todas las policías habidas y por haber, por ser el brazo derecho en aquel
entonces del ex gobernador Rubén Figueroa Figueroa.
Fue en la época de
los años 70, cuando este personaje llegó al estado, a quien se le atribuyó el
rescate del propio ingeniero Figueroa Figueroa
en la sierra de Atoyac por parte de Lucio Cabañas Barrientos. Por esa
situación, fue tanto el poderío que
agarró que en una ocasión cuando el entonces líder de la CTM en la entidad
Filiberto Vigueras Lázaro pidió al ya mandatario estatal que lo cesaran de sus
cargos, este socarronamente le contestó,”es más fácil que me vaya yo, a que lo
corran a èl como usted me lo esta pidiendo”.
De hecho Acosta
Chaparro fue el causante indirecto de todas las desapariciones de personas que
hoy traen como bandera algunos grupos
socialistas de Atoyac. Logró tanto poder y fama que en una ocasión el
comandante de la 27 zona militar en Acapulco, General Brigadier Ricardo
Cervantes García, con su personal mandó cerrar un palenque de gallos por el
mercado campesino también en Acapulco, solo que mas tardaron en cerrarlo que
Acosta Chaparro en abrirlo, cayendo muerto en esos instantes el general García
Rojas del fuerte coraje que hizo.
También en
Acapulco, el propio Acosta Chaparro, instaló un sitio de taxis mal llamado
“Taxistas Unidos de Acapulco ( TUDA), administrado ´por el que también fue su
jefe de grupo de la policía judicial del estado Nilo López Camacho. De esto se
recuerda que uno de esos taxis fue reconocido por su dueño a quien días antes
se lo habían robado, por lo que el chofer ni tardo ni perezoso le contestó, “si
es suyo lléveselo”, porque así era la orden de su jefe, cuando llegaban a
reconocer alguno de los autos robados que operaban como taxis en tres turnos
noche y día.
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