Juan López
En el siglo 19, en Rusia
Fiodor Dostoievski fue el escritor espléndido del siglo; el más grande de la
literatura universal. Explorador en sus novelas del alma humana, en un contexto
emocional, social y político. Los Hermanos Karamazov fue su última novela, en
la que se apilan fantasías ético-religiosas.
Plantea en ella con una gran intensidad -en Fiodor todo es grande,
inmenso, universal-, problemas dolorosos de vidas atormentadas. La muerte del
padre: un ser inhumano, ruin, déspota, hipócrita, borracho, lujurioso, vuelve
sospechoso a su hijo Iván de parricida, porque deseaba la muerte del padre. Se
conjugan las dos obsesiones de Dostoiesvki: la moralidad de los actos humanos:
el crimen en su rango ético como un delito y en el religioso como pecado. ¡Qué
novela!, semejante atrocidad parece increíble. Los dédalos del espíritu tan
feos y retorcidos que uno llega a percibir, que el escritor exageraba en todo.
Es basura la convivencia y leprosas las relaciones afectivas entre amistades y
familiares. De entre los peores el más bueno es Iván, porque sólo quiere que
muera su padre pero no hace planes para asesinarlo.
Mientras el padre ve en sus vástagos a
enemigos gratuitos que lo acechan. Los hijos lo repelen. Se facilitan
situaciones extremas y la confrontación se da con la mínima excusa.
Familias que padecen el drama en vilo. Luchan contra si por los bienes a
heredar. Pelean unos contra otros a favor de obtener ventajas económicas de un
patrimonio que no crece, sino que se encoje de tanto jaloneo entre míseros
intereses.
Hace
ciento cincuenta años que se escribieron estos relatos que aún nos estremecen
y, los creímos superados, distantes, lejanos y desterrados pero, cuando nos
enteramos que un ex alcalde y ex gobernador en Guerrero Z, intenta despojar a
su padre, como un vulgar y siniestro Karamazov de los bienes que éste ha
acumulado en su cicatera existencia. Un tesoro familiar-personal adquirido con
usura, expolio, especulativas ventajas, saqueos y otras trapacerías
irracionales, miramos atrás y vemos el camino que no se desea volver a pisar:
Iván, Zeferino, el Dmitri, el Alioshka: las figuras de los Hermanos en el
terrible desenlace, son el carrusel de enfermos que en torno a la codicia giran
sin rumbo odiando a su padre. Don Luis es el viejo detestable, el anciano padre
repudiado por la ambición ilimitada de sus hijos. El que falto de ejemplo y de
moral sólo tiene dinero que lo hace de interés para sus hijos.
Z
por el PAN se aproxima a una nueva candidatura para presidente municipal de
Acapulco. Debemos conocer a fondo este alegato ministerial con el que se
intenta de despojar a su cabecilla del bien patrimonial acumulado en Togal, el
registro corporativo fiscal como sociedad patriarcal ante Hacienda.
La
simiente aquí hoy como ayer los Karamazov no la rigen por una coyuntura
consanguínea, es la ambición pelona, la apetencia árida, la voracidad desnuda la
que mueve los hilos de la marioneta personalizada por los Zs.
Este
no es un asunto político ni una crónica de la escasa vergüenza de unos hijos
desnaturalizados. Es siquiátrico el caso, de paranoia y esquizofrenia, donde
los ratones pierden su orientación natural y aniquilan al padre como si en vez
de tal, fuese sólo un simple alimento para paliar su apetito vil.
La
avaricia es pecado capital y propia de corazones áridos. En sus umbrosas
praderas sólo crece la cizaña, sabandijas y bichos cetrinos de la desolación.
No esperemos heroísmo de los hombres o aceitunas de las hierbas. La maleza no
origina frutos ni la amiba es amorosa en su lecho dañino.
Los
Hermanos Karamazov se reproducen en este temporal en que la humedad multiplica
los hongos de la malaria.
PD:
“Caín mató a Abel, movido por la envidia”: la Biblia.