Juan López
Los Estados de la República
son Entidades Federativas regidas por un Pacto Federal determinado en la
Constitución General de la República. Son libres y soberanos. Se rigen por su
propia Constitución estatal, eligen a sus gobernantes, poseen estructura
jurídica propia, independiente, administran su tesoro público, imparten
justicia y promulgan sus leyes.
COPECOL es, un engendro, una
metástasis de la descomposición social y jurídica del país: Conferencia
Permanente de Congresos Locales. Catarsis de burócratas incapaces de normar
jurídicamente sus territorios en esta
Edad de la Violencia y que suplen con discursos
vanos, áridos y estériles, este clima del México que se zambulle en el
pantano de la desolación.
No existe en La Carta Magna
ninguna disposición que ordene a los
Congresos locales, aglutinarse en un
inútil membrete. Los únicos espacios fidedignos en la División de Poderes de la
Federación son el Senado de la República, el Congreso de la Unión, el Jefe del Ejecutivo Federal, La Suprema
Corte de Justicia de la Nación, los gobernadores de los Estados y sus dos
poderes aledaños. Cualquier otra figura alterna como la COPECOL son
inconstitucionales y por lo mismo carecen de legitimidad jurídica.
Independientemente de que
sean pantomimas burocráticas, estos
organismos paralelos, causan al erario un dispendio innecesario. ¿Quién
paga tres días y noches en el hotel más lujoso de Acapulco? Los salones para
congresos, las viandas, las flores, las canastas de frutas, los vinos y licores
de las marcas más sofisticadas importados, propios para paladares exigentes y
parásitos que comen y beben sin pagar un centavo de sus bolsillos. Y saben qué:
Ninguno de sus acuerdos son obligatorios ni tienen rango de legalidad.
Mientras los diputados
locales dilapidan nuestros impuestos en coquetas reuniones y estruendosas
alharacas festivas, el gobierno federal busca gravar con IVA las medicinas y alimentos. Perseguir a los
causantes cautivos, hostigar a los
empresarios, fastidiar a los empleados, sacar impuestos de debajo de las
piedras, para que la clase política continúe su derroche, sangrando la
productividad popular y exprimiendo la ubre de la economía mexicana.
Para gastar millones de
pesos en fantasiosos aquelarres, la cuenta pública erogó millones de pesos que tanta falta hacen en
las escuelas, los hospitales, las calles destrozadas, el agua potable
inexistente, los servicios públicos y las obras que no se concluyen.
Los diputados locales
ignoran que son electos por Distrito. Que sus afanes son territoriales. Que
para suscitar compromisos interestatales está el Congreso Federal y que, igual
que la CONAGO, -Confederación Nacional de Gobernadores-, son espurios,
mojiganga de un abuso permanente que no tiene vergüenza para malversar los
impuestos del pueblo.
Corresponde a la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, parar a estos farsantes.
PD: “No los perdones Señor,
porque sí saben lo que hacen”: Paráfrasis.
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