Juan López
Ventruda,
anémica, la señora con dificultades coloca sobre una mesa, la olla en la que
mezcla menjurjes, hielo y azúcar para fabricar chilate. Pasa la mañana entera
bajo el sol irritado marchanteando su elixir de chocolate, en la vía pública:
es la economía jibarita, dicen en Harvard los doctores que analizan las
desventuras del pobrerío. Como ella, Hilario en la banqueta expende
“pabellones”: helado tropical primitivo, elaborado con hielo raspado y colorantes
artificiales. Hacen palomilla
con quien vende flores en los recovecos de los automóviles, los limpiaparabrisas,
pedigüeños gimnastas que practican malabares con sus adolescentes musculaturas,
para obtener monedas de la caridad. Que
un rapazuelo trepe a la camioneta, la enjabone y restriegue su escobilla de
hule para que el conductor mantenga clara la visibilidad de su automóvil, es la
peor violencia que se suscita en las calles de Acapulco. No entenderlo así,
hace que la conciencia de tanto propietario de vehículo, se mantenga tranquila.
Los
parias, aparentemente no pagan impuestos. Algunos sí, pisaje al Ayuntamiento.
La mayoría se escabulle en la economía informal y no llegan a sus bolsillos
magros las recomendaciones del fisco. Más no es cierta esta suposición. Al
comprar una camisa, unas chanclas, una hamburguesa, un refresco, pagan IVA.
Contribuyen de algún modo a engrosar el Producto Interno Bruto. Esas siglas de
donde se obtiene dinero para pagar los costos políticos y los gastos
administrativos de la Nación: el medio millón mensual de un Ministro de la
Corte.
Cuando uno
ve con asombro la camioneta 4x4 del silvestre diputado Germán Farías:
electrónica, automática, silenciosa, con pantalla trasera como lujo adicional, nuevecita,
espaciosa, cómoda, diseñada para el confort, necesaria para clientes exigentes,
blanca como alma infantil, entonces hacerles ver que dicho aparato fue
adquirido con dinero que pagó a Hacienda la chilatera, el pabellonero, el
trovador de cantina, la fámula, el chalán y todos los menesterosos a los que la
pobreza ha victimizado.
Es un
espectáculo de orden patológico mirar a Figueroa Smutny departir y compartir
con sus sicofantes, langostas de más de un kilo en La Trainera, brindando por
el futuro, la felicidad y la candidatura municipal de Acapulco, que bien hará
en sepultar la loza de Aguas Blancas.
Éste no es
un asunto de partidos ni de poderes ni de candidatos. También da grima ver
sonrientes y desinhibidos a los legisladores Armando Ríos Piter y Jorge Camacho
Peñaloza, en Chicago, aplaudiendo una Casa del Guerrerense en aquella ciudad.
Ignoran que tales guerrerenses son migrantes. Gente que cruzó el desierto,
esquivó los perros y la gendarmería, pasó hambre y frío y sed.
Sobrevivieron
hasta conseguir el empleo y la estabilidad que su Estado les ha negado. Los
millones de paisanos que prefieren el exilio a padecer aquí, sin cura la
tragedia permanente de su economía jibarita, debería de avergonzar a nuestros
legisladores y no ir a retratarse y reírse de que en los Estados Unidos está el
tesoro perdido que nuestra gente no encuentra en Guerrero.
PD: “Como era pobre yo mi vida hipotequé”:
Albur de Amor: canta Tony Aguilar.