Los manglares crecen en las lagunas costeras, es
decir, en las zonas de transición entre los ecosistemas marino y terrestre
Ciudad
de México. Enero del 2012. (Fuente: Redacción Teorema Ambiental). — Científicos del Laboratorio de Genética
Ecológica y Evolución del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM, encabezados
por Juan Núñez Farfán, estudian el origen de los manglares —ecosistemas
característicos de las costas tropicales y de gran diversidad animal— en
nuestro país, el quinto más importante en estos hábitats, sólo después de
Nigeria, Australia, Indonesia y Brasil.
Ello, porque el análisis de la variación genética de
estos entornos permitirá establecer qué sitios deben preservarse con mayor
empeño, cuáles se pueden regenerar, y los que son susceptibles de ser
aprovechados. Por ejemplo, “en Sontecomapan, Veracruz, cerca de Catemaco,
existe un manglar bellísimo, pero no es muy diverso, a diferencia de los
existentes en Chiapas, que alcanzan hasta 30 metros de altura”.
Núñez Farfán y su equipo han encontrado que,
efectivamente, existe separación entre las poblaciones del Golfo de México y
del Pacífico, con base en estudios de fragmentos del ADN de esos árboles, y de
un marcador presente en los cloroplastos de las células. Ahora se investigará
cuál es el origen y si tiene conexión con las especies de Asia y África.
Juan Núñez explicó que crecen en las lagunas costeras,
es decir, en las zonas de transición entre los ecosistemas marino y terrestre,
donde el agua de mar confluye con el agua dulce de arroyos y ríos.
En esos sitios se desarrollan especies que
generalmente tienen las raíces sumergidas en agua, con la capacidad fisiológica
de excretar la sal a través de glándulas, y que poseen adaptaciones para
respirar distintas a las de plantas que viven en el medio terrestre.
Pocas especies tienen la capacidad de “enfrentarse” a
la sal; las que tienen esta característica se llaman halófitas. En el mundo hay
sólo unas 50 especies de árboles de manglar; en México existen sólo cuatro,
refirió.
Aunque el ambiente salobre es un hábitat difícil para
las plantas, existe una gran diversidad de animales en estos sitios. Los
manglares son una “guardería” acuática; ahí se alojan larvas y peces de muchas
especies marinas y de agua dulce, de vertebrados e invertebrados, además de
aves y otros vegetales, como orquídeas, musgos y helechos.
Según el censo de 2007, estos ecosistemas ocupan cerca
de 800 mil hectáreas en nuestro territorio, pero esa área es una parte muy
pequeña de la que existía antes. “Tenemos documentada la pérdida para ciertas
zonas, pero no hay registros correctos del pasado. Lo cierto es que hay mucha
presión sobre ellas.”
El estado de preservación es bueno en algunos sitios,
y muy malo en otros. Hay unos, como Alvarado, Veracruz, que habían sido
destruidos por completo y recientemente se han recuperado. Otros, como Marismas
Nacionales, en Nayarit, afectados por desarrollos turísticos, agricultura y
construcción de presas.
Se trata, señaló el investigador, de ecosistemas
sujetos a perturbación natural por huracanes. Además, son usados por la gente
que vive en los alrededores para la construcción de casas, artes de pesca, o
para leña.
“Pero la destrucción más grande no viene del uso que
hace la gente, sino de las salineras y desarrollos turísticos, como ocurre en
Puerto Morelos o Playa del Carmen, en Quinta Roo. En muchos lugares es
destruido de manera inmisericorde.”
Recientemente se han catalogado como “amenazadas” las
especies de mangle, pero no porque estén en peligro de extinción, sino porque
al proteger esos árboles, se preserva el ecosistema completo.
No obstante, hay constantes violaciones a la Ley de
Protección Ambiental, y los hoteleros prefieren pagar multas, que no se
destinan a la restauración del medio, sino para “arreglar la carretera para
quienes quebrantaron la norma. Es importante atraer recursos y generar fuentes
de empleo, pero la situación actual atenta contra la preservación de nuestra
riqueza natural”.
El experto reconoció la labor de la Comisión Nacional
para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), que ha realizado un
inventario completo de los manglares de todo el territorio. Además, se han
determinado 80 sitios bien preservados para su protección, o aquellos muy
dañados, para su rehabilitación.
“Necesitamos apoyo para hacer investigación y
restauración. La buena noticia es que hoy contamos con mejores herramientas
para hacer la evaluación pertinente; ahora tenemos marcadores genéticos,
cómputo, fotografías aéreas, imágenes de satélite, que permiten evaluar la
pérdida o recuperación que también existe, como se ha documentado, por ejemplo,
en Baja California.”
En este caso, Núñez Farfán y su equipo usan la
genética; los cloroplastos contienen ADN y se heredan por vía materna, de forma
que es posible trazar linajes de “mamás” en estos manglares, hacer inferencias
y determinar tamaños poblacionales en el pasado, porque mientras más diverso es
el número de haplotipos maternos, más grandes son esas poblaciones.
Además, los genes acumulan mutaciones y con su
detección es posible conocer el origen de las poblaciones. Una vez que se hayan
estudiado muestras de puntos estratégicos en el territorio nacional, se harán
análisis comparativos con otros sitios del continente, como Brasil y Ecuador,
así como con África y Asia.
“Queremos ofrecer los resultados a la sociedad y las
autoridades, porque tienen una aplicación inmediata en la protección de estos
entornos, cuya diversidad genética debería ser usada como criterio para dar
prioridad de conservación a ciertas zonas. Con la preservación del producto de
la evolución de esta especie, se cuida también su destino. Necesitamos, por
ello, buscar un equilibrio entre el desarrollo de las comunidades y su
mantenimiento, para el disfrute de las generaciones actuales y del futuro”,
finalizó Juan Núñez.