Reportaje
Cerca de 3 millones de
jóvenes se han visto forzados a escapar de sus estados de origen debido a la
violencia. Quintana Roo es una de las entidades con menor número de ejecuciones
y enfrentamientos se ha vuelto uno de los principales refugios
Cancún, Qna. Roo., septiembre de 2012
Por Juan Manuel Coronel
Morales / Luces del Siglo
Jóvenes de diferentes estados de la República llegan a vivir a
Cancún. No vienen en busca de una oportunidad laboral o por la vida nocturna
del destino vacacional más importante del país, como sucedía años atrás: vienen
escapando de las balas y la violencia que azora a poco más de 13 estados del
país, en donde las ejecuciones y los fuegos cruzados han causado la muerte de
mil 300 menores de edad en lo que va del sexenio.
Vieron morir a sus mejores amigos, a familiares y vecinos en enfrentamientos; muchos de ellos se han salvado de la muerte, han crecido con las normas del toque de queda y en las zonas de guerra más intensas. Sus familias los enviaron a Cancún antes de que se convirtieran en una cifra más de la guerra entre el gobierno federal y el crimen organizado.
En sus rostros queda la marca indeleble del miedo y piden anonimato para poder dar su testimonio. Como Víctor, de apenas 19 años, quien estuvo a punto de ser secuestrado y ejecutado por un grupo de criminales que no superaban los 15 años. Su único error fue enamorarse de la novia de un jefe de plaza del narco.
Víctor es originario de Cuernavaca, Morelos, y llegó hace tres semanas a Cancún. Vivía en Ciudad Chapultepec, una colonia periférica de la ciudad y que es un lugar de reclutamiento para los grupos criminales.
Cerca a su colonia está Tejalpa, lugar donde operaba Edgar N, alias “El Ponchis”, conocido también como el niño sicario en los medios de comunicación. Detenido en 2010 por el Ejército, el caso resonó, pues a sus 14 años “El Ponchis” había degollado a cuatro personas y trabajaba para el cártel de Beltrán Leyva.
Víctor explica que los narcos se acercan a los jóvenes para invitarlos a fiestas y a divertirse, tienen informantes en todos lados y los investigan. Si ven que tienen problemas para pagar la escuela o problemas familiares, ellos se ofrecen a solucionarlos, generalmente con dinero o alguna gestión.
“Por el hecho de vivir ahí estás totalmente vulnerable. Primero son buena gente, andan muy bien vestidos y con dinero. Te hacen sentir importante, después no hay nada que les puedas negar”, dice Víctor, quien además cuenta que hay represalias contra familiares cuando alguien se niega a trabajar para ellos. “Mataron a la mamá de un amigo que no quiso entrar. La dejaron mutilada en una playa de Acapulco. Si no entras, tu familia la que corre el riesgo”, refiere el joven.
Víctor tiene tres semanas en la ciudad, busca trabajo pero ni siquiera pudo meter su acta de nacimiento en la maleta. El mismo día en que atentaron contra su vida su madre lo puso en un avión con dirección a Cancún donde vive una de sus tías.
“A mis amigos de la primaria los mataron. No quisieron entrar a la organización criminal. En una fiesta los levantaron y los mutilaron de forma brutal, los dejaron tirados en pedazos sobre la carretera. Ellos no estaban dentro de la organización”, recuerda con tristeza.
Aún así, Víctor quiere regresar a Cuernavaca porque extraña a su familia a una joven de la que se enamoro; además, Cancún todavía no le ha dado las oportunidades que él esperaba.
“Tenemos un plan: que ella termine su relación con el jefe de la plaza y esperemos un año para poder estar juntos”, confiesa. Así se da el amor en los tiempos del narco.
La Procuraduría General de Justicia del estado de Michoacán en 2011 mostró que cinco de cada seis muertes relacionadas con la delincuencia organizada son jóvenes de entre 18 y 32 años de edad, sin mencionar que quienes cometen estas ejecuciones también son jóvenes menores de 30 años.
Forzados a cambiar su vida
Especialistas en Derechos Humanos llaman a este fenómeno migratorio “desplazamientos forzados” y tiene que ver con las comunidades donde las personas ver dejan sus lugares de origen por diversas circunstancias, como violencia o marginación.
En México hay 3 millones 292 mil jóvenes que se han visto obligados a moverse de sus entidades de origen en busca de mejores oportunidades, de acuerdo con el Informe sobre la Situación de los Derechos Humanos de las Juventudes de México 2011, del Centro de Derechos Humanos Francisco de Victoria en la Ciudad de México.
Aún así, es un fenómeno sin cifras debido a que no existen padrones ni programas del gobierno federal que den cuenta de cuántos jóvenes son víctimas de la violencia.
De acuerdo con José Antonio Pérez Islas, especialista en temas de juventud de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es algo que se ha visto en el país desde hace algunos años y aún no se estudia ni consigna la magnitud de los desplazamientos de jóvenes en el país.
“La juventud está viviendo en contextos de guerra y la violencia está cambiando la forma en que viven”, refiere Pérez Islas.
El también coordinador del Seminario de Investigación en Juventud de la UNAM ve que en contextos de desplazamientos sociales por causa del miedo no es posible construir cultura o un capital social, no hay una visión de futuro para la juventud porque son sacados de su lugar de origen y se ven obligados a construir sus vidas a muy corto plazo.
“Esto tarde o temprano generará un proceso de desintegración social como ha ocurrido en otros países que han estado en guerra. El ejemplo más cercano es El Salvador, que después de años de guerra es muy difícil volver a unir a la sociedad”, explica.
La salida anticipada de los jóvenes de su lugar de origen implica diferentes problemáticas. Lo que genera que no exista un plan que solvente en lo inmediato; a mediano plazo puede funcionar, pero en el corto plazo es muy complicado porque no se sabe tienen los enlaces y mucha información del lugar de llegada.
Así ocurre con Fernanda, quien es originaria de Tamaulipas y se vio obligada por su familia para dejar el estado y refugiarse en Cancún. “Yo no quería dejar a mi familia, dejar a mis amigos, dejar mi vida pero me tuve que venir a vivir yo sola aquí”, dice.
A sus 26 años sabe del temor de que a las siete de la noche tenga que regresar con urgencia a su casa por el toque de queda impuesto por el narcotráfico. Actualmente, trabaja en una empresa de servicios turísticos y asegura que le costó mucho trabajo encontrar un empleo, pues las empresas no contratan a jóvenes que no tengan 6 meses de residencia. “Según tienen que asegurarse que no vengas de paso y les quedes mal con el trabajo”, dice Fernanda.
Tamaulipas es una zona militarizada y el gobierno federal continúa mandando cada vez más elementos. “No sabemos si son judiciales o sicarios los que andan en las patrullas porque se sabe que los narcos se disfrazan de policías para vigilar ciertas zonas”, exclama.
Para Pérez Islas el origen de esta problemática social es que se derrumbaron los medios por los cuales los jóvenes se pueden incorporar a la sociedad, la escuela, el trabajo, la política. Eso implica que no hay un contacto directo con los intereses y expectativas de los jóvenes y hay un rompimiento de la incorporación de los jóvenes a la sociedad.
Contra corriente
Quintana Roo no presenta un panorama alentador para los jóvenes, dado que no cuenta con sistemas educativos de calidad, y los empleos que ofrece son temporales y sin acceso a la seguridad social. Eso se vuelve secundario cuando se trata de salvar la vida.
En Cancún se registraron el año pasado 64 homicidios y ejecuciones relacionadas con el narcotráfico. Aunque cada año se rompe una nueva marca estatal en el rubro, no tiene comparación con otros estados de la república Chihuahua, Guerrero y Nuevo León que en 2011 promediaron más de 230 narco ejecuciones cada una.
Quintana Roo también figura entre las tres entidades con reportes de menos asesinatos dolosos, con 57 en lo que va del sexenio, según el Consejo Nacional de Seguridad Pública. Chihuahua es el que más homicidios reportó con 13 mil 597, seguido del Estado de México con 8 mil 258 y Sinaloa con 7 mil 943.
Aún con la baja calidad de las oportunidades que ofrece el estado, los jóvenes lo prefieren por su relativa tranquilidad. Así lo ve Gladys Aremos García, originaria de Quintana Roo y que vive en Nuevo León. Buscando una mejor educación entró a estudiar al Tecnológico de Monterrey, pero ahora quiere regresar a Cancún.
Fue testigo del asesinato de Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo, los estudiantes de excelencia de la universidad que murieron abatidos en un fuego cruzado en 2010 afuera del campus.
“Yo vivía enfrente de la escuela y escuché durante un buen rato los disparos impactándose contra mi pared. Cuando me asomé a la ventana pude ver a varias personas lanzando granadas hacia el ejército”, declara la estudiante.
Llegó a una de las ciudades más importante del país hace cuatro años, cuando era segura. Ahora vive escuchando disparos por las noches, con los narco bloqueos y enfrentamientos bélicos. “Aunque los empleos son mejores aquí, volveré a Cancún porque sé que allá es más tranquilo, sólo esperaré a sacar mi título”, concluye.
Así, estos jóvenes siguen en el silencio burlando al pasado, escapando de la violencia y su camino por el país pasa inadvertido, porque en silencio es más seguro, dicen.
Dato
En México existen 27 millones de jóvenes según el INEGI.
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