Juan
López
La memoria nos retrotrae a un personaje
vociferante, agresivo, ruidoso y de limitada inteligencia. Bravucón que cada
mañana daba vueltas en círculo buscando a quien agredir. Los periodistas eran
favoritos en su especialidad. Ya en la gubernatura logró olvidar cuando andaba
de pedigüeño tras los pocos medios que le daban algo de audiencia, verles la
cara a los monopolios, solicitarles con humildad un minuto de auditorio.
Desde que se estrenó como presidente
municipal inició la extraña metamorfosis que lo fue transformando como un
enfermo que toma una pócima y lo convierte en una fiera montaraz. Se fue
encerrando en un círculo de discípulos y de cómplices que bloquearon toda
oportunidad de que mejoraran sus relaciones con la sociedad civil.
A veces, mitad pantera, mitad pavorreal el
insuflado hizo del grito una expresión política y de la ira una mueca fija de
sus quehaceres domésticos. El padecimiento de no saber controlar ni operar el
poder, es un mal que podría dejársele a Césare Lombroso. Se parece el vértigo
de un régimen sin control con el crimen fácil de un gobierno perverso.
Todos sabíamos de los estragos físicos que
causa el alcoholismo pero, estábamos atenidos a los remedios grupales, a las sesiones
colectivas de los Alcohólicos Anónimos y hasta opinábamos que restablecerse
luego de una farra de muchos años, era un mérito indiscutible de quien se
adhería a estas terapias bondadosas.
Cada mañana comprábamos los diarios para
ver a quien injuriaba, llamaba mequetrefe o le imponía motes de su mal gusto.
Casi diez años soportamos la tirria gratuita de un ser que malversaba la
armonía, estaba peleado con la concordia y disputaba el primer lugar en lo soez
y la afrenta.
Descubrimos que sólo el manto de la
elección popular le daba aliento. Cuando amainó su poder y tenía la obligación
de ir a entregar a Ángel Aguirre los bártulos de su investidura, se negó a
presentarse en el Congreso. Una rabieta más. Un desdén propio de su cobardía.
Hoy que se le publican expedientes
criminólogos, acusaciones de homicidio calificado, aquel fantoche esta mudo.
Peleonero, gritón, camorrero, machote y altanero, guarda un hermetismo que no
lo trasunta con lo que fue, cuando insultaba a quien se le pegaba la gana.
PD: “Hay un enano en el tapanco”: Dicho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario