CARLOS ERNESTO ADAME
Regino Ocampo Bello
Escribir
sobre don Carlos E. Adame Ríos es un gran privilegio, pues se trata de un
personaje que quizás con su carrera política no alcanzó los altos logros y solo
es recordado como un periodista provinciano que llegó a ser presidente
municipal del puerto de Acapulco por dos ocasiones, en 1933 y en 1940.
Don
Carlos E. Adame tenía familiares y muchos buenos amigos en Tecpan, por lo que hasta
su muerte no dejó de frecuentarlos y disfrutar con ellos momentos agradables.
Cabe
destacar que aparte de haber logrado ser
presidente municipal de Acapulco por dos ocasiones, don Carlos también fue
secretario general de Hacienda del Estado durante la administración del
gobernador Alejandro Gómez Maganda, así
como primer cronista oficial de Acapulco y presidente de cronistas de la
República Mexicana.
Como
se dijo antes, todo lo mencionado no fue suficiente para que figurara como un
personaje de interés, aunándose que allá por el año de 1924, don Carlos era el
propietario de un periódico semanario llamado “El Liberal” en el que hacía
propaganda al Delahuertismo, que de manera decisiva influyó en el ánimo de la
ciudadanía acapulqueña, la poderosa columna contra el Delahuertismo en
Guerrero, estaba a cargo del implacable general de división Rafael Sánchez
Tapia, quien tenía órdenes precisas de Álvaro Obregón de fusilar sin formación
de causas a todos los rebeldes que encontrara, al huir los militares que
estaban a favor del Delahuertismo, fueron atrapados los civiles involucrados
como: el profesor Felipe Valle, quien había sido gobernador de Colima, don
Francisco Torres, don Luis Mayani, José Trinidad Serrano, Imeldo Cárdenas,
Silvestre H. Gómez, don Isaías Acosta y otras personas significativas que
formaban la plana mayor del Delahuertismo en Acapulco, las Costas y el Estado
de Guerrero.
La
gente de Acapulco, lloraba y temía por la vida de esos hombres que eran muy
queridos, todos deberían morir en el paredón por su participación en la
revuelta por orden de Álvaro Obregón, cuando faltaba una hora para la
ejecución, se presentó ante el general Sánchez Tapia un joven delgado, moreno
claro, de unos 20 a 22 años, quien con decisión le dijo: “Mi general, soy
Carlos Ernesto Adame, el jefe e instigador del movimiento Delahuertista en
Acapulco y en todo el estado, soy el responsable de la sublevación militar de
Sámano, aunque no de sus desmanes, a los que siempre me opuse con energía y soy
también el que validó de la presión y el convencimiento, llevó a la rebeldía a
todos los señores que tiene usted en capilla, los invité a una reunión en el
Fuerte de San Diego y ahí, se les obligó a que firmaran el manifiesto, que
desconocía al gobierno de la República, no todos estaban de acuerdo, firmaron
porque iba de por medio sus vidas, por la amenaza del general Sámano”.
No
son pues culpables de la rebelión, sino víctimas de ella y agregó al general;
“con todo respeto señor general, vengo a
demandar no solo la vida, sino la libertad de todos los detenidos. Yo soy el
único culpable, le repito señor, que yo fui el instigador, el organizador y el
jefe del Delahuertismo en esta entidad”.
El
general le preguntó que si sabía lo que estaba diciendo y lo que significaba
esa confesión, don Carlos le contestó que sí, que significaba su muerte, pero
que si alguien debía morir en el paredón, era él, porque solo él, había
sembrado y cultivado la semilla del Delahuertismo en el estado de Guerrero a
través de su periódico y proselitismo que él mismo había desarrollado, don
Carlos volvió a insistir diciendo: “mi general, esos hombres son inocentes,
exijo su libertad”.
El
jefe militar, ante tal desplante le dijo que no solo no los indultaba, sino que
también moriría con ellos en unos minutos; don Carlos le dijo: “es usted
general de la Revolución, o bandolero?”. El general reaccionó como si le
hubieran dado una bofetada; que estás diciendo infeliz? Don Carlos le dijo muy
sereno, que si lo fusilaba a él como culpable, cumpliría con las leyes de la
guerra, pero que si fusilaba a los demás, quedaría a la altura de un bandolero.
Al
poco rato se escuchó el movimiento de los detenidos y los soldados para el
fusilamiento, don Carlos pensó que era el momento decisivo y levantó la voz
diciendo al general Sánchez Tapia: “detenga esas ejecuciones, antes de que la
historia lo llame asesino”, el general dijo; sus hombres están a salvo pero
usted no, colóquese en medio del pelotón y marche hacia el lugar de
ajusticiamiento, don Carlos lo hizo y dijo al general con una sonrisa, gracias
mi general, es usted un soldado y no un villano.
Cuando
el pelotón se ponía en posición de tiradores, Sánchez Tapia a grandes zancadas
llegó hasta donde estaba Carlos, abrió los brazos y lo estrechó con fuerza,
luego el rudo general, dio dos pasos atrás y cuadrándose militarmente exclamó;
“saludo a un valiente! “.
A
pesar de este acto heroico y de haber vivido para servir y hablar maravillas de
su querido Acapulco, a su muerte, no hubo homenajes, tan solo el dolor y las
lágrimas de sus seres queridos y alguna que otra pálida esquela, de algún
diario local.
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