sábado, 16 de julio de 2016

CRONICAS DE TECPAN



CARLOS ERNESTO ADAME


Regino Ocampo Bello
Escribir sobre don Carlos E. Adame Ríos es un gran privilegio, pues se trata de un personaje que quizás con su carrera política no alcanzó los altos logros y solo es recordado como un periodista provinciano que llegó a ser presidente municipal del puerto de Acapulco por dos ocasiones, en 1933 y en 1940.

Don Carlos E. Adame tenía familiares y muchos buenos amigos en Tecpan, por lo que hasta su muerte no dejó de frecuentarlos y disfrutar con ellos momentos agradables.

Cabe destacar que  aparte de haber logrado ser presidente municipal de Acapulco por dos ocasiones, don Carlos también fue secretario general de Hacienda del Estado durante la administración del gobernador Alejandro Gómez Maganda,  así como primer cronista oficial de Acapulco y presidente de cronistas de la República Mexicana.

Como se dijo antes, todo lo mencionado no fue suficiente para que figurara como un personaje de interés, aunándose que allá por el año de 1924, don Carlos era el propietario de un periódico semanario llamado “El Liberal” en el que hacía propaganda al Delahuertismo, que de manera decisiva influyó en el ánimo de la ciudadanía acapulqueña, la poderosa columna contra el Delahuertismo en Guerrero, estaba a cargo del implacable general de división Rafael Sánchez Tapia, quien tenía órdenes precisas de Álvaro Obregón de fusilar sin formación de causas a todos los rebeldes que encontrara, al huir los militares que estaban a favor del Delahuertismo, fueron atrapados los civiles involucrados como: el profesor Felipe Valle, quien había sido gobernador de Colima, don Francisco Torres, don Luis Mayani, José Trinidad Serrano, Imeldo Cárdenas, Silvestre H. Gómez, don Isaías Acosta y otras personas significativas que formaban la plana mayor del Delahuertismo en Acapulco, las Costas y el Estado de Guerrero.

La gente de Acapulco, lloraba y temía por la vida de esos hombres que eran muy queridos, todos deberían morir en el paredón por su participación en la revuelta por orden de Álvaro Obregón, cuando faltaba una hora para la ejecución, se presentó ante el general Sánchez Tapia un joven delgado, moreno claro, de unos 20 a 22 años, quien con decisión le dijo: “Mi general, soy Carlos Ernesto Adame, el jefe e instigador del movimiento Delahuertista en Acapulco y en todo el estado, soy el responsable de la sublevación militar de Sámano, aunque no de sus desmanes, a los que siempre me opuse con energía y soy también el que validó de la presión y el convencimiento, llevó a la rebeldía a todos los señores que tiene usted en capilla, los invité a una reunión en el Fuerte de San Diego y ahí, se les obligó a que firmaran el manifiesto, que desconocía al gobierno de la República, no todos estaban de acuerdo, firmaron porque iba de por medio sus vidas, por la amenaza del general Sámano”.

No son pues culpables de la rebelión, sino víctimas de ella y agregó al general; “con todo respeto  señor general, vengo a demandar no solo la vida, sino la libertad de todos los detenidos. Yo soy el único culpable, le repito señor, que yo fui el instigador, el organizador y el jefe del Delahuertismo en esta entidad”.

El general le preguntó que si sabía lo que estaba diciendo y lo que significaba esa confesión, don Carlos le contestó que sí, que significaba su muerte, pero que si alguien debía morir en el paredón, era él, porque solo él, había sembrado y cultivado la semilla del Delahuertismo en el estado de Guerrero a través de su periódico y proselitismo que él mismo había desarrollado, don Carlos volvió a insistir diciendo: “mi general, esos hombres son inocentes, exijo su libertad”.

El jefe militar, ante tal desplante le dijo que no solo no los indultaba, sino que también moriría con ellos en unos minutos; don Carlos le dijo: “es usted general de la Revolución, o bandolero?”. El general reaccionó como si le hubieran dado una bofetada; que estás diciendo infeliz? Don Carlos le dijo muy sereno, que si lo fusilaba a él como culpable, cumpliría con las leyes de la guerra, pero que si fusilaba a los demás, quedaría a la altura de un bandolero.

Al poco rato se escuchó el movimiento de los detenidos y los soldados para el fusilamiento, don Carlos pensó que era el momento decisivo y levantó la voz diciendo al general Sánchez Tapia: “detenga esas ejecuciones, antes de que la historia lo llame asesino”, el general dijo; sus hombres están a salvo pero usted no, colóquese en medio del pelotón y marche hacia el lugar de ajusticiamiento, don Carlos lo hizo y dijo al general con una sonrisa, gracias mi general, es usted un soldado y no un villano.

Cuando el pelotón se ponía en posición de tiradores, Sánchez Tapia a grandes zancadas llegó hasta donde estaba Carlos, abrió los brazos y lo estrechó con fuerza, luego el rudo general, dio dos pasos atrás y cuadrándose militarmente exclamó; “saludo a un valiente! “.

A pesar de este acto heroico y de haber vivido para servir y hablar maravillas de su querido Acapulco, a su muerte, no hubo homenajes, tan solo el dolor y las lágrimas de sus seres queridos y alguna que otra pálida esquela, de algún diario local.


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