Por: Juan López
Así como frente al Ébola y el Sida hoy, la
medicina resiste derrota tras derrota, en la Edad Media ante la Peste Negra, la
impotencia no era menor. Millones de seres humanos de todos los credos, edades
y razas, pobres y ricos, poderosos y humildes caían fulminados por el misterio
de una pandemia que arrasaba sin misericordia desde Asia hasta Europa.
Lo determinante
de La Peste es que no existía en el Siglo XIV ningún elemento químico ni
clínico que pudiera mitigar esta desolación, en la que podían perecer en una
sola ráfaga de mortandad toda una comunidad de
miles de gente. Ante la impotencia de los sabios, médicos, reyes, papas,
sátrapas, emperadores, brujos y
quirománticos, surgían las consejas: achacaban el mal a los judíos y hubo hasta
exterminaciones de pueblos hebreos.
La Peste Negra -igual al procurador Jesús Murillo
Karam-, hasta que se cansaba, desaparecía
como por arte de magia. No había impedimento para que se propalara ni remedio
que la mantuviera bajo control sanitario. La iglesia que se ufanaba de tutearse
con Dios tuvo que aceptar que le era imposible vencer al diabólico mal.
Lo
mismo sucede hoy con la Peste Blanca: la droga y su consecuencia, el
narcotráfico, se extienden impunes por todo el orbe. El Papa Francisco aceptó
que en la actualidad éstos son los desvalores que flagelan a la humanidad.
Desde Afganistan hasta Iguala; desde Colombia y el Caribe, África y Asia
continental. Lo mismo que con la Peste bubónica nadie ni nada frenan la
expansión de los efectos devastadores del mercado negro, la impiedad de las
adicciones ni los daños a terceros que se ensañan en los débiles y los
enfermos.
La Peste Blanca es un corporativo global
que se alía con políticos que le faciliten su florecimiento: crece como una
hidra venenosa, aumenta su capacidad de corrupción y se extiende
silenciosamente por una frágil sociedad a la que fácilmente somete: reguero de
cadáveres en madrugadas impías son su peor estampa.
Don Rubén García Román -un alquimista
solitario como Melquiades en su retiro de Macondo-, propone en su libro “El
Barco que nunca zarpó”: “Ya es hora que la ciencia cree un sustituto de droga:
fabrique una cocaína sintética, como se elabora el Canderel: azúcar sin
calorías que endulza pero no daña al torrente sanguíneo. Ídem: hacer un
alcaloide que alucine pero sin causar
adicción”. La suerte está echada.
PD: “No hay peor lucha que la que no se
hace”: Dicho.
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