lunes, 8 de diciembre de 2014

Peste Blanca

                                           
                               Por: Juan López


    Así como frente al Ébola y el Sida hoy, la medicina resiste derrota tras derrota, en la Edad Media ante la Peste Negra, la impotencia no era menor. Millones de seres humanos de todos los credos, edades y razas, pobres y ricos, poderosos y humildes caían fulminados por el misterio de una pandemia que arrasaba sin misericordia desde Asia hasta Europa.

    Lo determinante de La Peste es que no existía en el Siglo XIV ningún elemento químico ni clínico que pudiera mitigar esta desolación, en la que podían perecer en una sola ráfaga de mortandad toda una comunidad de  miles de gente. Ante la impotencia de los sabios, médicos, reyes, papas, sátrapas, emperadores,  brujos y quirománticos, surgían las consejas: achacaban el mal a los judíos y hubo hasta exterminaciones de pueblos hebreos.

    La Peste Negra -igual al procurador Jesús Murillo Karam-, hasta que  se cansaba, desaparecía como por arte de magia. No había impedimento para que se propalara ni remedio que la mantuviera bajo control sanitario. La iglesia que se ufanaba de tutearse con Dios tuvo que aceptar que le era imposible vencer al diabólico mal.

    Lo mismo sucede hoy con la Peste Blanca: la droga y su consecuencia, el narcotráfico, se extienden impunes por todo el orbe. El Papa Francisco aceptó que en la actualidad éstos son los desvalores que flagelan a la humanidad. Desde Afganistan hasta Iguala; desde Colombia y el Caribe, África y Asia continental. Lo mismo que con la Peste bubónica nadie ni nada frenan la expansión de los efectos devastadores del mercado negro, la impiedad de las adicciones ni los daños a terceros que se ensañan en los débiles y los enfermos.

    La Peste Blanca es un corporativo global que se alía con políticos que le faciliten su florecimiento: crece como una hidra venenosa, aumenta su capacidad de corrupción y se extiende silenciosamente por una frágil sociedad a la que fácilmente somete: reguero de cadáveres en madrugadas impías son su peor estampa.

    Don Rubén García Román -un alquimista solitario como Melquiades en su retiro de Macondo-, propone en su libro “El Barco que nunca zarpó”: “Ya es hora que la ciencia cree un sustituto de droga: fabrique una cocaína sintética, como se elabora el Canderel: azúcar sin calorías que endulza pero no daña al torrente sanguíneo. Ídem: hacer un alcaloide que alucine  pero sin causar adicción”. La suerte está echada.


    PD: “No hay peor lucha que la que no se hace”: Dicho.      

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