Juan López
El primero de Julio vino y se
fue, como la primavera. El país ha rebasado las hipótesis. Simple la ecuación:
ganaron las mayorías, perdieron las minorías. Pero no se piense que hubo
triunfo alguno. El que obtuvo mayor votación se lleva a cuestas el compromiso
de responderle a la sociedad por las fallas y faltas del gobierno.
No se trata nomás de culpar,
sino de solucionar asuntos como la inseguridad, la corrupción, la ineptitud, el
desempleo, el crimen, la violencia que secuestra, asesina, descuartiza y
ahuyenta a los inversionistas que pudieran fomentar el desarrollo sustentable
de esta Ciudad y Puerto y de todo el estado, rezagado y sometido.
Quienquiera que hubiera ganado
la alcaldía heredaría los problemas acumulados. Falta de agua, cobros excesivos
de CFE, carestía galopante, nulo crecimiento económico, cierre masivo de
comercios, aumento poblacional, basura excesiva, clamores por servicios
públicos y demanda de obras en todas las comunidades.
La presidencia municipal hay
que asumirla con espíritu festivo, ideas, propuestas, innovaciones, orden y
generosidad.
El PRI como oposición política
en algunos Ayuntamientos, debe evitar el Síndrome
de Oliver, esa necedad consecutiva de convertirse en obstrucción cerril,
contra todo -aún lo lógico y lo racional-, que propusiera el alcalde Manuel
Añorve Baños.
Quisiera que la bancada
edilicia tricolor acapulqueña fuera la que representara la inteligencia. Que se
distinguiera por ofrecer soluciones y por fomentar la modernización de la
administración. Que los problemas sean su fuerte, para solucionarlos. Que
visiten el campo, las colonias, hablen con la gente y atiendan de buen modo a
los ciudadanos, patronos de los políticos.
En el siglo actual Acapulco ha
sido gobernado por tres alcaldes perredistas, un priísta y se apresta a otro de
coalición política. No podemos pedir más. Se trata de la voluntad electoral que
mandata la alternancia gubernamental, indispensable para consolidar nuestra
democracia y hacer real la premisa de que únicamente al pueblo corresponde la
facultad de decidir quien nos gobernará.
La palabra necesaria para
amortiguar los efectos de la transición es una: Tolerancia. El Credo de
Francois Marie Voltaire: “Estaré en contra de lo que digas pero, defenderé con
mi vida, tu Derecho a decirlo”. Frase eterna que sustenta la diversidad social.
Tolerancia de los que perdieron
con los que ganaron.
No convertirse en una oposición
rijosa, incontrolable y siniestra.
Tolerancia de los que ganaron
con los que perdieron.
Bajar la soberbia, la altivez y
autosuficiencia.
La humildad es un atuendo de
magnificencia en los nobles.
Las reglas del juego indican
que la democracia es competición civil. Justa legal reglamentada, sustentada en
las leyes y protegida por la Carta Magna.
Se apuesta a ganar. Perder es
el sacrificio.
Gobernar es mostrar capacidad
mental, moral y jurídica para satisfacer los reclamos de la sociedad.
Gobernabilidad es la suma de
atributos sin discordia, con los que un político pueda mantener la paz social,
en la ínsula que le haya sido asignada por la voluntad popular.
No olvidemos que el voto fue
este primero de Julio, un clamor por las
soluciones que reclama el pueblo.
Cuando escribo la palabra
Tolerancia no refiero un obsequio.
Tolerancia no es caridad. Ni
disimulo precario.
Tolerancia es respeto hacia el
error de los adversarios.
Es alegría compartida con
quienes se esforzaron pero, no fueron compensados por el voto ciudadano.
PD: “La victoria tiene mil
padres. Huérfana es la derrota”:
Benjamín Franklin.
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