Por:
Juan López
A los ochenta años de edad, Cuauhtémoc
Cárdenas Solórzano está siendo reclamado por los perredistas para que acepte
ser el Presidente del Comité Ejecutivo Nacional de lo que queda del Partido de
la Revolución Democrática. Extravagante la simple idea, porque un anciano de
tal trayectoria de vida lo que anhela es cargar a sus nietos, dictar sus
memorias, jugar con la mascota y tomar chocolate en el atardecer nostálgico de
sus achaques. A los ochenta años se es un anciano como se es un hombre maduro a
los cincuenta y un joven a los veinte. Verdades inquebrantables que ni el venerable Lucio Anneo Séneca puede
desmentir.
Nos consta que el PRD se pervirtió en las
llamaradas económicas de las prerrogativas.
El dinero constante y sonante es
un fuego que derrite voluntades y quema todo vestigio de honorabilidad: los
chuchos, los amalios, las izquierdas auténticas, las fingidas, el de las ligas,
el bejarano, su consorte, el pacto y el pato: aglomeración de irregularidades
que no resisten una auditoría social. Una vez convertido en cenizas aquel
intento de rescatar de la corrupción al país, se hizo trizas en el reparto de
utilidades, como si el IFE fuera su patrón y los del coro más obedientes, coexistieran
sólo para mejor embarnecer sus carteras personales.
En
1988 en el país sucedió un fenómeno que quienes lo vimos y lo vivimos creemos
que nunca más lo vamos a volver a mirar. Al paso de aquel paladín de la
democracia, hijo del “Tata” Lázaro Cárdenas las multitudes se agolpaban,
corrían a calle traviesa por las ciudades para demostrar rudamente su hartazgo. Avenidas anchurosas donde no cabía
un individuo más. En Acapulco, en la Costera Alemán y la avenida Cuauhtémoc no
había lugar vacío donde cupiera otra alma. Fueron momentos culminantes de un
liderazgo particular que con dificultad otro mexicano podrá competir por el
carisma político de aquel Cuauhtémoc Cárdenas de entonces.
Cursó una generación. Se fue diluyendo el
personaje. Las mentiras piadosas se convirtieron en verdades furiosas. Un hijo
suyo fue gobernador de Michoacán y vean como está Michoacán hoy, provincia de
la metrópoli de Toluca. Colonia de una burocracia insubstancial que nombra a un
procónsul para que dirima los embrollos
provocados por la delincuencia organizada.
Los perredistas que necesitan como dirigente nacional a
Cuauhtémoc Cárdenas, son quienes han olvidado que cuando Carlos Salinas lo
encaró para que dejara de insistir en que le había robado el triunfo,
Cuauhtémoc se acobardó, le temblaron las corvas y “prefirió” como dice el adverbio de: “aquí
corrió que aquí murió” y por temor al sacrificio, prefirió el pellejo que la gloria. Se dejó
robar la Presidencia de la República por un balandrón protegido con el aparato
económico, político y de fuerza, apropiándose el poder pese a ser un usurpador de la
soberanía nacional.
A ese mismo señor Cuauhtémoc Cárdenas que
mostró toda su cobardía en el 88 le piden que salve al PRD de su descalabro histórico.
Un desahuciado no puede. La crisis política de México es tan grande que, exige
hombres enteros, dinámicos, audaces, valientes, con juventud mental, capaces de
transformar las corrupciones que nos asuelan, en auroras resplandecientes de
pulcritud. Las reliquias del pasado que permanezcan en sus nichos. Que se les
adore por otras virtudes que quizá preserven, pero que no regresen con su
insomnio a perturbar la carrera nacional rumbo a la utopía de las nuevas
generaciones de mexicanos.
PD:
“Cuauhtémoc: Águila que cae”: Traducción del
Náhuatl.
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