Por Gerardo F. Rodríguez-Arias
Botadura
La botadura es un
acto simbólico en el que se celebra la oportunidad de lanzarse a la mar. Dicho acto reviste especial significado
cuando se forma parte de una flota -que en este caso- abandera la libre
expresión en un marco de respeto y concordia, donde la crítica razonada y la
propuesta se tornan en el pabellón de
conveniencia, donde conviven la razón y la cerrazón, el mare liberum y el mare clausum.
Un análisis diferente
Se presenta la
ocasión para escribir un primer artículo con una perspectiva menos transitada
porque al hojear los diarios encontramos un alto porcentaje de controvertidas
noticias que dan cuenta de la turbulenta realidad nacional en la que la Agenda
comprende modificaciones constitucionales en temas tan diversos como la Reforma
Energética, la Reforma Educativa, la Reforma Política, así como la formulación
y promulgación de las leyes secundarias, y los reglamentos. Y ni que decir respecto a la violencia
desatada en una veintena de municipios de los 113 del Estado de Michoacán… amén
de otros lugares de la geografía nacional, la violencia que no es un “fantasma”
sino una dolorosa realidad que recorre el País dejando una estela de horror y
daños que solo abre posibilidades a que poderes externos vean con codicia
expansionista la posibilidad de “meter sus narices” en nuestra delicada
soberanía. Y si lo vemos de cerca, todo
tiene que ver con nuestra Carta Magna, pues en principio y fin, esto tiene que
ver con el derecho.
La Constitución
Mexicana
Es por ello que este
Día de la Constitución debe ser -no obstante la compleja realidad- un día de
concelebración ciudadana en el que tenemos una guía de muy altos vuelos, una
guía para alcanzar la Utopía, que sin quererlo, es, en nuestra república una
suerte de Biblia, en el orden laico y
terrenal, en el que casi todos caemos en falta.
A la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917 –que reforma la de 1857- hemos
llegado no por el “dedo de Dios” sino tras luchas sangrientas y la creación
perfectible de uno de los instrumentos jurídicos más avanzados del mundo, de
aquellos países que somos parte del concierto internacional.
Sin embargo, sucede
que al terminar de leer el Magno texto de carácter jurídico supremo e
inapelable, el que posee ese halo cuasi sagrado, contenido en esas hojas de un
papel tan bellamente empastado en piel con letras de oro, con sorpresa vemos
que pudiera asemejarse a leer Baroque
Concerto, de Alejo Carpentier,
porque de lo que habla es de la Utopía.
La que debería en la
realidad ser la “piedra de toque” de las
actividades diarias en las más altas esferas mundanas, se convierte en la gran
mayoría de la ocasiones –solamente- en un recuento profuso de las formalidades
necesarias como si lo hubiese escrito Lasalle.
Ay México, con toda y
nuestra enorme riqueza cultural por ser cruce de civilizaciones, hoy te susurro
“el Civismo está en peligro en el País”, y sobre todo en algunos sectores que
lo abanderan, no porque se haya dejado de impartir en las aulas, sino porque se
ha dejado de creer en él y se ha endiosado como lo virtuoso aquello que no lo
es, creando codicia rampante.
Esta afirmación toma
como ejemplo el artículo 134, pero tome usted cualquier otro artículo, el que
le guste y véalo a contraluz. A ver que
resulta: medio ambiente, educación, derechos económicos, sociales, culturales,
por lo que es posible afirmar que “todos somos parte del problema”.
Especialmente algunos
de los que pomposamente se dicen miembros de la llamada “clase política” que
frecuentemente ostentan fortunas indecentes que no se alcanzan en una
generación de arduo trabajo con sueldos generosos y dietas que no son tal; y
que muchas de las veces son los que frecuentemente caen en la tentación de no
respetar nuestra Carta Magna, esos que en la palestra y de forma discursiva, ofrecen
alcanzar “equidad social” a los olvidados y a la golpeada “clase media”: voto a
favor, a cambio de gorritas, banderitas, pañuelitos, torta, refresco y el
“domingo”.
Visto así la
Constitución debería decir por ejemplo:
Artículo 134.
Los
recursos económicos de que dispongan la Federación, los estados, los
municipios, el Distrito Federal y los órganos político-administrativos de sus
demarcaciones territoriales, se administrarán de acuerdo a los intereses de la
camarilla en el poder en turno, de forma ineficiente, con opacidad, dispendio y
con dudosa honradez para satisfacer intereses personalísimos o de partido”
Con un artículo -así reformado-
viviríamos la realidad de frente, sin eufemismos… la Carta Magna, se respetaría. Claro, hablaríamos de una doctrina distinta,
de aquella donde el poder otorga la razón y perderíamos de vista que el orden
civilizado posee un alto valor, en tanto decidamos conferírselo.
Y hasta aquí, con su permiso… y claro
está, con la venia del Art. 7., que habla de la inviolabilidad de la libertad
de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio, por lo
menos, hasta hoy. Feliz Día de la
Constitución.